The Inbetweeners

The Inbetweeners de Channel 4

Los adolescentes que protagonizan ‘The Inbetweeners’ están, como cualquier adolescente, obsesionados con el sexo. Y con que no les pidan el carnet cuando intenten comprar alcohol. Los dieciséis es una edad muy bonita… cuando la has pasado. Mientras estás ahí, el mundo está hecho de cosas inalcanzables (fundamentalmente el sexo, en cualquier variante no individual), humillaciones en el instituto y acné. No es un sitio al que queramos volver, la edad del pavo.

Will, el novato del instituto, puede dar fe de todo esto. Él es el protagonista de la serie, junto con sus tres amigos, a cual más pringado, a cual más salido y a cuál más patoso. Lo que les pasa no es nada del otro mundo, pero precisamente por eso es reconocible. No me cuesta identificarme (dentro de unos límites, claro) con los protagonistas de ‘The Inbetweeners’. En cambio, con los de cualquier serie teen española (o con los de ‘Skins’, si nos ponemos) me resulta imposible. Son otros códigos, es otro mundo. Así, mientras estas series ponen de manifiesto lo que diferencia las adolescencias actuales de las de hace un par de décadas, ‘The Inbetweeners’ hace hincapié en las similitudes, en lo básico. En las ganas (que se quedan ahí) de echar un polvo, más que en las nuevas tendencias del kamasutra de la ESO o el chat.

Espero que este post no vuelva a suscitar un debate del tipo “es que por culpa de la tele la juventud está perdida”, como pasa cada vez que uno habla de (por poner el ejemplo más obvio) ‘Física o Química’. Los argumentos que se usan son cansinos, demagógicos y tremendamente sesgados. ¿Darle a la televisión una dimensión educativa y ejemplificadora que no le corresponde no es un poco pasarle el balón a otro? ¿Pedir “series como las de antes, con niños serviciales y respetuosos” tiene sentido? ¿El problema está realmente ahí? No lo creo. Esto es algo mucho más complejo, me temo.

De cualquier manera, quedan advertidos. Los adolescentes de ‘The Inbetweeners’ venderían a su madre por un polvo o una botella de ginebra. Esto es algo moralmente reprobable, sí, pero que tire la primera piedra quien a esa edad no estaba en la misma situación. Y sin los estupendos tratamientos anti-acné que hay ahora.